SAN FELIPE EL FUERTE
Cierro los ojos y no puedo ver más que a través de mi imaginación. Sólo así sueño dándole vida a los que ya murieron. Pero no a todos los que han muerto; sino, a los que han hecho historia. Aunque estos no posean rostro, nombre, edad pero si sentimientos; sentimientos de patria, de pueblo, de sangre.
En un sueño viajo: ya diviso mi destino. Impresionantes años de lucha. A la entrada del camino un cartel: Año 1732. Oigo una gran algarabía. Decido acercarme a un grupo de personas de rostros muy alegres. Todos gritan: ¡San Felipe, tierra de hombres fuertes!, San Felipe ¡el Fuerte! ¡Viva por siempre San Felipe el Fuerte! La curiosidad me embargaba cual adolescente, el entusiasmo de aquel pueblo se apoderó de mi espíritu tanto así, que me incorporé al jolgorio.
Al frente de la concentración se encontraba un hombre blanco de cabellera dorada, vestía un traje muy llamativo. Su rostro era reflejo de autoridad. Da su primera voz de mando: _ ¡silencio! _ el pueblo reunido calla. Daba la impresión que traía buenas nuevas, que sin distinción de raza, todos esperaban que se afirmara una gran noticia. Yo que aun no entendía, pregunte a unos y a otros la razón de tanta algarabía, pero nadie me daba respuesta. Bueno, no los juzgo, el nivel de ansiedad era tan grande, sin olvidar que habían recibido una orden ¿recuerdas? Es mejor que yo también guarde silencio y escuche sólo la voz de este señor… un momento, un momento soy yo nuevamente, es que tengo otra interrogante ¿Dónde carajo estoy? Ya se que es 1732 pero ¿en que lugar de la pequeña Venecia me encuentro? ¡Aun no tengo la respuesta! Lo único que les puedo contar es de los aromas que se confunden entre la gente; llega a mi enorme nariz la fragancia del café, con el cambio de la brisa me embriaga el olor a cacao. Percibo con gran nostalgia el humo del fogón que recién se apaga dejando, su perfume atrapado en los cabellos, la piel y la bata de la negra esclava.
-¡Silencio!- nuevamente esa fuerte voz, shhhhhhh
“Hoy 18 de abril de 1732. Yo, Gobernador y Capitán General Don Sebastián García de la Torre , fundo definitivamente la ciudad de San Felipe el Fuerte con el auto que le declaro la jurisdicción civil otorgando la Cédula Real aprobada por nuestro Rey Felipe V en Sevilla el 6 de noviembre de 1729. Así pues transfórmese el pueblo en ciudad con autoridad propia. Iros todos a celebrar por ser hoy día de júbilo para este valle. Iros todos a dar gracias a la Santa Iglesia a Nuestra Señora de la Presentación ”
El pueblo de forma obediente se dirige a la iglesia que se encontraba justo a la entrada de la ciudad. La imponente arquitectura medía unos 12 metros de altura. Su entrada era custodiada por un militar de la realeza; un catire de más de 2 metros de altura, un militar corpulento de fuertes brazos, espalda recta rostro de facciones rígidas que denotaban la firmeza inquebrantable de hacer cumplir las imposiciones del rey de España. Las paredes de la iglesia fueron construidas de piedra y ladrillos intercalados y frisada con una extraña mezcla de sangre y estiércol de ganado, tierra y agua. Sus columnas requerían de 12 personas para rodearlas, con una gran cúpula al final justo donde el padre oficiaba la misa.
¡Que garganta la de ese Cura! Claro, no puedo decir: ¡Que misa tan bonita! Pues toda la homilía se oficia en latín, pero lo que si me llama la atención es que el muy mal educado ¡da la misa de espalda! En ningún momento mira al pueblo de frente para, por lo menos, ya que no se entiende nada de lo que dice, se pudiera interpretar los gestos.
Yo como no ando para perder el tiempo, sin pensarlo me retiré de aquella iglesia y me dedique a caminar. Te podrás imaginar yo con unos tacones fuera de época por una calle de piedras: era la calle Real por donde transitaba la realeza en su carroza.
En ese recorrido encontré a Jacinto y a Toribia, una pareja de ancianos sentados en una pequeña plaza llamada “el Águila”. Allí me senté muy cerca a ellos. ¡No me culpen por querer saber más de esta ciudad!
-Buenos días señores ¿cómo están ustedes?- Fue lo primero que alcance a decir. –Buenos días- responden ellos- ¿viene usted con el Gobernador Don Sebastian?
- No, yo solo vengo de un sueño- respondí. Veo que están de fiesta, puedo sentir la alegría del pueblo. ¿Pueden ustedes decirme que tan especial es el que le den un nombre a este pueblo? Claro joven - responde el señor Jacinto, es una historia de lucha y sueños por la libertad. Tras la real cédula se escribe una historia de valentía de hombres que concientes de ser explotados por las fuerzas realistas que se concentran en la Nueva Segovia emprendieron su primera huída hacia estas tierras de abundancia. La ciudad de Nueva Segovia era y sigue siendo tierra infértil al igual que los corazones de quienes la comandan. Por eso cuando descubrieron que el pueblo aguerrido de Caquetíos, Jiraharas, Chipas, Guayones y Nivares habitaban tierras fértiles para grandes cafetales, el mejor cacao de todas las provincias sin olvidar el codiciado añil no vacilaron en venir a saquear, quemar, matar y a devastar todo el lugar no hubo por esos tiempos contemplación: violaciones a las mujeres, esclavizados los mas pequeños, apedreados, apuñaleados, quemados vivos los guerreros a los que ellos consideraron, brutos, flojos y débiles.
Esta historia no quedó allí - dice la señora Toribia- esta historia se repitió tres veces se trata de las memorias que guardan los “Cerritos de Cocorote” lugar donde cada noche cuando duerme hasta la luna, se oye el gemir de la tierra por la sangre que le obligaron beber.
Esta es la cuarta vez que se levanta la ciudad. Independiente de la Nueva Segovia es por eso que la gente anda por todos lados gritando ¡Viva San Felipe el Fuerte! Nombre que también tiene su historia. -Pues cuéntemela señor Jacinto- respondí mientras me movía sobre mi propia humanidad para dormir más profundo y no regresar sin traer esta historia.
Prosigue Jacinto hablando:- pensando en legalizar nuestra separación de la Nueva Segovia y que el rey de España no se negara, se nos ocurrió hacerles un reconocimiento tanto a la iglesia como al rey. De esta forma asegurar que seríamos escuchados. El rey se llama Felipe V y el patrono de nuestro pueblo es San Felipe así el rey confiará que estamos rendidos a su trono. Como ya ves, somos hoy la ciudad de San Felipe pero el verdadero homenaje es a los que lucharon y persistieron por vivir en libertad, de allí el “Fuerte”
Poco a poco se levanta la señora Toribia , toda enclenque por los muchos años que lleva a cuestas. En su mano derecha, un trozo de madera que utiliza como bastón. Temblorosa lo extiende indicándome observar a mí alrededor al tiempo que con orgullo dice: nos encontramos en un extremo de la ciudad vea, todo esto ha sido construido por manos aborígenes y de negros, por manos de esclavos y de presos. Cada una de las piedras que aquí puede ver, incrustadas en la tierra definiendo cada una de las calles, fueron traídas del gran río Yurubí. (Ese encantador río navegable vía de tránsito comercial que muy bien saben aprovechar esa compañía llamada Guipuzcoana). Allí el camino real.
Debo decir que me quedé fascinada admirando la simetría de aquellas calles rectas tiradas a cordel.
Al frente la iglesia – prosigue narrando la señora- ese es el nuevo templo parroquial de Nuestra Señora de la Presentación, justo al lado del cementerio. Consta de 3 naves con órdenes de columnas y arcos de ladrillos, al fondo de la nave central, el presbítero, con un hermoso arco al frente; 2 capillas de cada lado, una con la banda del Evangelio y la otra con la fuente bautismal. Más allá, hacia el sudeste, a dos cuadras puedes ver la factoría de la compañía Guipuzcoana el ayuntamiento. Por este otro lado la escuela para los de sangre pura, si sigues caminando encontrarás la cárcel de mujeres.
- ¿De mujeres? -Alcance a preguntar en un tono alarmado- ¿qué delitos pueden cometer las mujeres en tiempo de la colonia, ataviadas desde la cabeza a los pies?
_Con una sonrisa marcada en su arrugado rostro exclama: ¡Ay! de aquella que viva en adulterio, o la que se siente de forma impropia en el caballo o que practique la hechicería o se atreva a salir de su casa sin su chaperona ¡todas ellas son encarceladas!
Estiré mi cuerpo, respiré profundo y se produjo un gran vacío de esos en los que no se sabe si aun se vive o se siente, Donde no existe ni la luz ni la sombra, Donde se desconoce si se está inerte. ¿Qué tiempo pasó? Realmente no lo se. Lo que si se es que ha llegado un nuevo día; tengo la certeza que algo importante está por ocurrir. Nuevamente el escenario central es la iglesia ya cambiada; con un número triplicado de personas con árboles en todas las direcciones.
Pude calcular en aquellas 10 hectáreas que se encontraban 5.000 personas aproximadamente y la mayoría de ellos se concentraban dentro de la iglesia y otros a sus alrededores. Recordé que los blancos, indígenas, negros, mestizos, mulatos, zambos solo podían entrar a oír la misa los días feriados. Pregunté a una negra que pasó a mi lado, el motivo de la misa. Ella me respondió: 26 de marzo de 1812 jueves Santo.
Quise acercarme a la iglesia cuando de pronto se sacude mi cuerpo con un fuerte temblor seguidamente una sacudida más fuerte; en ese instante se estaba desarrollando un terrible terremoto que sacudió a la ciudad entera. Pude ver como la iglesia se desplomaba dejando a todos sepultados. Los gritos, los rostros de espanto, la gente agonizando suplicando auxilio mientras yo impotente luchaba con mi instinto de supervivencia, cada ser buscaba refugiarse entre los brazos del más próximo sin importar que fuese negro o blanco. ¡Que ironía!
Poco a poco se hizo el silencio, mientras yo caía en tierra en un llanto sin consuelo creo que así pasé tres días, sin poder reaccionar San Felipe el Fuerte por cuarta vez destruido, la naturaleza misma se opone a esta bella ciudad de hombres y mujeres que solo querían ser libres. Me pregunté una y otra vez ¿será que la libertad solo se encuentra a través de la muerte? ¡Con qué arma se lucha contra la naturaleza! Así pasaron tres días y yo aun con la cabeza en tierra sin importarme que luego del terremoto que devastó a la ciudad, comenzara a llover… creo que Dios comprendió mi dolor y lloró conmigo.
Otro suceso me hizo reaccionar. En medio del inaguantable olor a carne podrida se estremece nuevamente el lugar. Esta vez algo diferente el sonido que llenaba aquella gran soledad era infernal daba la impresión que venía en busca de aquel pueblo que aun yace bajo los escombros. En solo pocos segundos pude ver como el río Yuribí cobraba vida desbordando su caudaloso cauce, arrastrando todo a su paso trayendo su tropa de combate comprendido por fango, árboles, casas, plantaciones enteras, bestias y qué se yo que mas se encontró en el camino.
Ha completado su obra la naturaleza; la ciudad ha quedado sepultada bajo 12 metros de lodo y escombro y allí, en el último eslabón, la tendida humanidad de un aguerrido pueblo: la ciudad de San Felipe.